La selección Argentina de fútbol genera entusiasmo en el presente y con vistas al futuro. En este marco, será sede de uno de los partidos inaugurales del mundial 2030. Las valoraciones de un mundial en democracia, las alusiones al campeonato organizado en 1978 y el potencial del fútbol para ocultar o contar lo que pasa más allá del juego.
El presente del equipo argentino de fútbol muestra una selección con un poderío consolidado y una identidad definida de juego dentro de la cancha. El equipo de Scaloni se vuelve atractivo y convocante, con una proyección que entusiasma a propios y a ajenos. El último campeonato mundial fue una bisagra económica para la asociación del fútbol argentino. La construcción de poder del presidente de la AFA, Claudio Tapia, va en esa misma línea y se confirma con intervenciones como el mundial sub-20, que debía jugarse en Indonesia y luego de la decisión de la FIFA de quitárselo, se realizó en nuestro país. Más allá de las cuentas pendientes que tiene aún la gestión de Tapia con el público y las estructuras del fútbol doméstico, el anuncio de Argentina como sede de uno de los partidos inaugurales del mundial 2030, tiene una porción de logro y simbólicamente se ha encarado de una manera interesante: “tiene un significado patriótico. No va a ser el Mundial de la dictadura, sino el de la democracia”, sostuvo Tapia en conferencia de prensa. El enfoque valorable sobre el rol del fútbol en épocas de terrorismo de estado no es menor en el contexto político de Argentina. En otra declaración afirmó que “se utilizó el fútbol para tapar cosas feas”. El panorama futbolero no va en línea con esas declaraciones, después de un mundial en el que se vulneraron los derechos laborales para la construcción y posterior puesta en escena de los estadios para el perfil más circense del fútbol. El conflicto es permanente y una reducción del análisis para presentar alguna máxima retórica es un atajo tramposo. Es importante que las autoridades de las instituciones que concentran tanto poder como relevancia para la cultura de nuestro país, tengan declaraciones con cierta sensibilidad social ya que es ese pueblo el que celebra y acompaña en cada momento.
El mundial de 1978 le sirvió a la dictadura para tapar con el fútbol el horror que le proporcionaba a su propio pueblo. Centros clandestinos de detención, desaparecidos, represión, violaciones de los derechos humanos y un plan económico neoliberal que destruyó las aspiraciones de varias generaciones. El fútbol se jugó en la cancha y afuera, como sucede siempre. En un momento tan sensible como un año electoral, en el que surgieron declaraciones negacionistas y la defensa del terrorismo de estado, el anuncio de Argentina como sede ha sido abordado desde un lugar correcto sin que fuera estrictamente necesario tal compromiso, o dicho de otro modo, pudiendo haber evitado tomarlo desde esa óptica. Si todo se cumple, las celebraciones del partido inaugural serán en un contexto democrático, que es necesario fortalecer en momentos en los que las libertades se ven amenazadas, paradójicamente, arrogándose el concepto de libertad.
Hace algunas semanas estuvieron en nuestro país los periodistas neerlandeses que cubrieron el mundial para su país y en ese marco, el fútbol permitió contar también lo que sucedía, al menos hacia afuera de nuestro territorio. Uno de estos periodistas, Jan van der Putten, dijo en una entrevista a la agencia Télam: “el Mundial 78 nos sirvió para contar qué pasaba”. El deporte más convocante a nivel mundial también seguirá sirviendo para contar historias que son ocultadas. En esta ambigüedad y con cierto riesgo, el fútbol se presenta como otro campo de lucha, entre una narrativa que ponga sus límites en el negocio y la búsqueda de ganancias equivalentes al PBI de los países más potentes del mundo, o la posibilidad de contemplar una disciplina con un innegable arraigo popular y mucho más allá de lo que marcan las líneas de cal de cada cancha.